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Jorge Luis Borges

los conjurados

Jorge Luis Borges

Los conjurados (19885)

 


"En el centro de Europa están conspirando. El hecho data de 1291. Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. [...] Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético." Sueño o utopía, Los conjurados resume la esperanza de un entendimiento entre los hombres. Visión atenuada por la serena felicidad que alcanzó al final de sus días, en las páginas magistrales de este último libro de Jorge Luis Borges se encuentran además "la dispersión del sueño y de los sueños", el ignorado amor y la ironía; el pasado; la brevedad de la vida, "reflejo fugaz de lo divino", y la preocupación por la muerte. (Ed. Emecé)

 

Inscripción
Prólogo
Cristo en la cruz
Doomsday
César
Tríada
La trama
Reliquias
Son los ríos
La joven noche
La tarde
Elegía
Abramowicz
Fragmentos de una tablilla de barro descifrada por Edmund Bishop en 1867
Elegía de un parque
La suma
Alguien sueña
Alguien soñará
Sherlock Holmes
Un lobo
Midgarthorm
Nubes (I)
Nubes (II)
On his Blindness
El hilo de la fábula
Posesión del ayer
Enrique Banchs
Sueño soñado en Edimburgo
Las hojas del ciprés
Ceniza
Haydée Lange
Otro fragmento apócrifo
La larga busca
De la diversa Andalucía
Góngora
Todos los ayeres, un sueño
Piedras y Chile
Milonga del infiel
Milonga del muerto
1982
Juan López y John Ward
Los Conjurados


 

Cristo en la cruz

CRISTO en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe 
que ha visto su agonía tantas veces. 
La suya o la de otro. Da lo mismo. 
Cristo en la cruz. Desordenadamente 
piensa en el reino que tal vez lo espera, 
piensa en una mujer que no fue suya. 
No le está dado ver la teología, 
la indescifrable Trinidad, los gnósticos, 
las catedrales, la navaja de Occam, 
la púrpura, la mitra, la liturgia, 
la conversión de Guthrum por la espada, 
la Inquisición, la sangre de los mártires;
las atroces Cruzadas, Juana de Arco, 
el Vaticano que bendice ejércitos. 
Sabe que no es un dios y que es un hombre 
que muere con el día. No le importa. 
Le importa el duro hierro de los clavos. 
No es un romano. No es un griego. Gime. 
Nos ha dejado espléndidas metáforas 
y una doctrina del perdón que puede 
anular el pasado. (Esa sentencia 
la escribió un irlandés en una cárcel.) 
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto. 
Anda una mosca por la carne quieta. 
¿De qué puede servirme que aquel hombre 
haya sufrido, si yo sufro ahora?

Kyoto, 1984

 

César

 

Aquí, lo que dejaron los puñales.
Aquí esa pobre cosa, un hombre muerto
que se llamaba César. Le han abierto
cráteres en la carne de los metales.

Aquí la atroz, aquí la detenida
máquina usada ayer para la gloria,
para escribir y ejecutar la historia
y para el goce pleno de la vida.

Aquí también el otro, aquel prudente
emperador que declinó laureles,
que comandó batallas y bajeles

y que rigió el oriente y el poniente.
Aquí también el otro, el venidero
cuya gran sombra será el orbe entero.

 

 

La suma

ANTE la cal de una pared que nada 
nos veda imaginar como infinita 
un hombre se ha sentado y premedita 
trazar con rigurosa pincelada 
en la blanca pared el mundo entero: 
puertas, balanzas, tártaros, jacintos, 
ángeles, bibliotecas, laberintos, 
anclas, Uxmal, el infinito, el cero. 
Puebla de formas la pared. La suerte, 
que de curiosos dones no es avara, 
le permite dar fin a su porfía. 
En el preciso instante de la muerte 
descubre que esa vasta algarabía 
de líneas es la imagen de su cara.

 

 

Alguien sueña

¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda. Ha soñado la aniquilación de Cartago por el fuego y la sal. Ha soñado la palabra, ese torpe y rígido símbolo. Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido. Ha soñado la primer mañana de Ur. Ha soñado el misterioso amor de la brújula. Ha soñado la proa del noruego y la proa del portugués. Ha soñado la ética y las metáforas del más extraño de los hombres, el que murió una tarde en una cruz. Ha soñado el sabor de la cicuta en la lengua de Sócrates. Ha soñado esos dos curiosos hermanos, el eco y el espejo. Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara. Ha soñado el espejo en que Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez. Ha soñado el espacio. Ha soñado la música, que puede prescindir del espacio. Ha soñado el arte de la palabra, aún más inexplicable que el de la música. Ha soñado una cuarta y la fauna singular que la habita. Ha soñado el número de la arena. Ha soñado los números transfinitos, a los que no se llega contando. Ha soñado al primero que en el trueno oyó el nombre de Thor. Ha soñado las opuestas caras de Jano, que no se verán nunca. Ha soñado la luna y los dos hombres que caminaron por la luna. Ha soñado el pozo y el péndulo. Ha soñado a Walt Whitman, que decidió ser todos los hombres como la divinidad de Spinoza. Ha soñado el jazmín, que no puede saber que lo sueñan. Ha soñado las generaciones de las hormigas y las generaciones de los reyes. Ha soñado la vasta red que tejen todas las arañas del mundo. Ha soñado el arado y el martillo, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez. Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica y que, de hecho, es cósmica, porque todas las cosas están unidas por vínculos secretos. Ha soñado a mi abuela Frances Haslam en la guarnición de Junín, a un trecho de las lanzas del desierto, leyendo su Biblia y su Dickens. Ha soñado que en las batallas los tártaros cantaban. Ha soñado la mano de Hokusai, trazando una línea que será muy pronto una ola. Ha soñado a Yorick, que vive para siempre en unas palabras del ilusorio Hamlet. Ha soñado los arquetipos. Ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa. Ha soñado las caras de tus muertos, que ahora son empañadas fotografías. Ha soñado la primer mañana de Uxmal. Ha soñado el acto de la sombra. Ha soñado las cien puertas de Tebas. Ha soñado los pasos del laberinto. Ha soñado el nombre secreto de Roma, que era su verdadera muralla. Ha soñado la vida de los espejos. Ha soñado los signos que trazará el escriba sentado. Ha soñado una esfera de marfil que guarda otras esferas. Ha soñado el calidoscopio, grato a los ocios del enfermo y del niño. Ha soñado el desierto. Ha soñado el alba que acecha. Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres del agua. Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido. Ha soñado a Alejandro de Macedonia. Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado el cristal. Ha soñado que Alguien lo sueña.

 

 

Alguien soñará

¿Qué soñará el indescifrable futuro? Soñará que Alonso Quijano puede ser don Quijote sin dejar su aldea y sus libros. Soñará que una víspera de Ulises puede ser más pródiga que el poema que narra sus trabajos. Soñará generaciones humanas que no reconocerán el nombre de Ulises. Soñará sueños más precisos que la vigilia de hoy. Soñará que podremos hacer milagros y que no los haremos, porque será más real imaginarlos. Soñará mundos tan intensos que la voz de una sola de sus aves podría matarte. Soñará que el olvido y la memoria pueden ser actos voluntarios, no agresiones o dádivas del azar. Soñará que veremos con todo el cuerpo, como quería Milton desde la sombra de esos tiernos orbes, los ojos. Soñará un mundo sin la máquina y sin esa doliente máquina, el cuerpo. La vida no es un sueño pero puede llegar a ser un sueño, escribe Novalis.

 

 

Midgarthormr
 
Sin fin el mar. Sin fin el pez, la verde
serpiente cosmogónica que encierra,
verde serpiente y verde mar, la tierra,
como ella circular. La boca muerde
la cola que le llega desde lejos,
desde el otro confín. El fuerte anillo
que nos abarca es tempestades, brillo,
sombra y rumor, reflejos de reflejos.
Es también la anfisbena. Eternamente
se miran sin horror los muchos ojos.
Cada cabeza husmea crasamente
los hierros de la guerra y los despojos.
Soñado fue en Islandia. Los abiertos
mares los han divisado y lo han temido;
volverá con el barco maldecido
que se arma con las uñas de los muertos.
Alta será su inconcebible sombra
sobre la tierra pálida en el día
de altos lobos y espléndida agonía
del crepúsculo aquel que no se nombra.
Su imaginaria imagen nos mancilla.
Hacia el alba lo vi en pesadilla.

 

 

El hilo de la fábula

EL HILO que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad.

Cnossos, 1984.

 

 

Posesión del ayer

SÉ que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. llión fue, pero llión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

 

 

Haydee Lange
 
Las naves de alto bordo, las azules
espadas que partieron de Noruega,
de tu Noruega y depredaron mares
y dejaron al tiempo y a sus días
los epitafios de las piedras rúnicas,
el cristal de un espejo que te aguarda,
tus ojos que miraban otras cosas,
el marco de una imagen que no veo
las verjas de un jardín junto al ocaso,
un dejo de Inglaterra en tu palabra,
el hábito de Sandburg, unas bromas,
las batallas de Bancroft y de Kohler
en la pantalla silencioso  lúcida,
los viernes compartidos. Esas cosas,
sin nombrarte te nombran.

 

 

Otro fragmento apócrifo

UN0 de los discípulos del maestro quería hablar a solas 
con él, pero no se atrevía. El maestro le dijo: 
-Dime qué pesadumbre te oprime.
El discípulo replicó:
-Me falta valor.
El maestro dijo:
-Yo te doy el valor.
La historia es muy antigua, pero una tradición, que bien 
puede no ser apócrifa, ha conservado las palabras que esos hombres dijeron, 
en los linderos del desierto y del alba.
Dijo el discípulo:
-He cometido hace tres años un gran pecado. No lo 
saben los otros pero yo lo sé, y no puedo mirar sin horror 
mi mano derecha.
Dijo el maestro:
-Todos los hombres han pecado. No es de hombres no
pecar. El que mirare a un hombre con odio ya le ha 
dado muerte en su corazón.
Dijo el discípulo:
-Hace tres años, en Samaria, yo maté a un hombre.
El maestro guardó silencio, pero su rostro se demudó y el
discípulo pudo temer su ira. Dijo al fin:
-Hace diecinueve años, en Samaria, yo engendré a un 
hombre. Ya te has arrepentido de lo que hiciste.
Dijo el discípulo:
-Así es. Mis noches son de plegaria y de llanto. Quiero 
que tú me des tu perdón.
Dijo el maestro:
-Nadie puede perdonar, ni siquiera el Señor. Si a un 
hombre lo juzgaran por sus actos, no hay quien no fuera 
merecedor del infierno y del cielo. ¿Estás seguro de 
ser aún aquel hombre que dio muerte a su hermano?
Dijo el discípulo:
-Ya no entiendo la ira que me hizo desnudar el acero.
Dijo el maestro:
-Suelo hablar en parábolas para que la verdad se grabe 
en las almas, pero hablaré contigo como un padre habla 
con su hijo. Yo no soy aquel hombre que pecó; tú no 
eres aquel asesino y no hay razón alguna para que sigas 
siendo su esclavo. Te incumben los deberes de todo 
hombre: ser justo y ser feliz. Tú mismo tienes que salvarte. 
Si algo ha quedado de tu culpa yo cargaré con ella.
Lo demás de aquel diálogo se ha perdido.

 

 

Góngora

 

Marte, la guerra. Febo, el sol. Neptuno,
el mar que ya no pueden ver mis ojos
porque lo borra el dios. Tales despojos
han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,
de mi despierto corazón. El hado
me impone esta curiosa idolatría.
Cercado estoy por la mitología.
Nada puedo. Virgilio me ha hechizado.
Virgilio y el latín. Hice que cada
estrofa fuera un arduo laberinto
de entretejidas voces, un recinto
vedado al vulgo, que es apenas, nada.
Veo en el tiempo que huye una saeta
rígida y un cristal en la corriente
y perlas en la lágrima doliente.
Tal es mi extraño oficio de poeta.
¿Qué me importan las befas o el renombre?
Troqué en oro el cabello, que está vivo.
¿Quién me dirá si en el secreto archivo
de Dios están las letras de mi nombre?

Quiero volver a las comunes cosas:
el agua, el pan, un cántaro, unas rosas...

 

 

Juan López y John Ward

 

Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los catógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.

El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

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